Llegando al aeropuerto comenzaron los nervios, tanto tiempo sin vernos, tanto tiempo sin ese abrazo tan deseado.
Nuestra amistad tal como yo lo tenía claro desde el momento en el que se fue supero, supero la distancia, el tiempo y los momentos perdidos.
Ahí estaba yo, ansiosa mirando a cada persona que salía por aquella puerta, a ratos me distraía con los reencuentros de otros, esas lágrimas de alegría, esas risas nerviosas, esas primeras miradas que hacen notar a simple vista cada cambio por el tiempo.
De pronto la vi, mi corazón salto y mi cuerpo no aguanto la impresión y se impulso hacia ella como un imán. Por fin el gran abrazo.
La alegría que sentí cuando entramos a mi casa, cuando nuevamente estábamos una en el espacio de la otra compartiendo cada palabra, reviviendo momentos de nuestra amistad, riendo con cada anécdota, y sin parar de hablar para ponernos de los detalles de cada una de las situaciones que sólo hemos podido comunicar por teléfono o por mail, y que sin duda no es lo mismo tenerla al frente, verla, escuchar cada cambio de tono de voz, y cada descanso en el respiro entre una palabra y otra.
El reencuentro con un ser querido, con un amigo, con un hermano, es simplemente indescriptible.
Y en este caso me alegra saber que estábamos ahí, igual como hace 3 o 4 años atrás. Naturalmente cómodas, naturalmente felices…. Naturalmente amigas.